Revestíos de las armas de Dios (3)

3. El Escapulario del Carmen como signo de protección y de consagración

El vasallaje feudal implicaba el servicio al señor, por un lado, y la protección de éste, por otro. De forma análoga, por la consagración realizada por los carmelitas la Santísima Virgen quedaba obligada a protegerlos, misión que ya le fue encomendada por su propio Hijo al darle a Juan como nuevo hijo.

La invasión sarracena obligó a los carmelitas a abandonar a principios del s.XIII el monte Carmelo y emigrar a Europa; una venerable tradición narra que antes de la partida Nuestra Señora se les apareció mientras entonaban la Salve Regina, prometiéndoles ser su Stella maris (Estrella del mar). Encontraron generosos benefactores, como Lord de Grey en Inglaterra, quien les donó Aylesford; pero también tuvieron que sufrir una fuerte oposición. En el Capítulo celebrado en Aylesford en 1247 fue elegido como general Simón Stock, quien reclamó de su Señora la protección prometida o privilegium por medio de esta oración:

Flos Carmeli,
vitis florigera,
splendor caeli,
virgo puerpera
singularis.
Mater mitis,
sed viri nescia,
carmelitis
da privilegia,
stella maris.
Flor del Carmelo,
viña florida,
esplendor del cielo,
virgen fecunda
de modo singular.
Madre tierna,
intacta de hombre,
a los carmelitas
da privilegios,
estrella del mar.

El 16 de julio de 1251 el fervoroso fraile obtuvo una respuesta que superaba con creces su petición; así se describe en un antiguo Catálogo de santos de la Orden del siglo XIV: “Se le apareció la Bienaventurada Virgen, acompañada de una multitud de ángeles, llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden y diciendo estas palabras: Éste será el privilegio para ti y todos los carmelitas; quien muriere con él, no padecerá el fuego del infierno”.[1]

La Virgen María confirmaba de este modo aquella consagración que hicieran los primeros ermitaños en el monte Carmelo, manifestando su mediación para protegerles del enemigo más peligroso, aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en el infierno (Mt 10, 28). De nuevo la saludable nube derramaba su fecunda lluvia sobre el Carmelo, lluvia de gracia divina, que quien la beba no tendrá sed jamás, sino que ... se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna (Jn 4, 14).

El Escapulario del hábito carmelita se convertía desde ese momento en signo de la consagración a María y de su protección maternal. ¿Y por qué una vestidura? En la cultura feudal el acto de homenaje o fidelidad del vasallo se veía correspondido por la investidura que le concedía el soberano, por la que con la entrega de un objeto de vestir –guante, anillo, bastón...- se le atribuía un territorio (feudum) u otro privilegio. Así, al acto de consagración de los carmelitas, la Santísima Virgen correspondía con una investidura, en este caso el humilde escapulario de tela, que les concedía el derecho a poseer en herencia la tierra (Mt 5, 4), la tierra del Carmelo, para comer su fruto y su bien (Jr 2, 7), y esta tierra del Carmelo no es otra que “monte de la salvación, Jesucristo nuestro Señor”.[2] Aquella que dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre (Lc 2, 7), le preparó más tarde una túnica sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo (Jn 19, 23), y probablemente ayudó a los que lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar (Jn 19, 40), aquella Madre diligente por vestir a su divino Hijo, no podía dejar de sentir deseos de seguir cubriendo con su manto a sus nuevos hijos.

La relación entre la vestidura y la vinculación entre el señor y el siervo también la encontramos en el Antiguo Testamento, cuando Dios explica al profeta Ezequiel la alianza que hizo con Jerusalén, y cómo la vistió: Extendí sobre ti el borde de manto y cubrí tu desnudez; me comprometí con juramento, hice alianza contigo –oráculo del señor Yahveh- y tú fuiste mía. Te bañé con agua, lavé la sangre que te cubría, te ungí con óleo. Te puse vestidos recamados, zapatos de cuero fino, una banda de lino fino y un manto de seda. Te adorné con joyas, puse brazaletes en tus muñecas y un collar a tu cuello. Puse un anillo en tu nariz, pendientes en tus orejas, y una espléndida diadema en tu cabeza. Brillabas así de oro y plata, vestida de lino fino, de seda y recamados. Flor de harina, miel y aceite era tu alimento. Te hiciste cada día más hermosa, y llegaste al esplendor de una reina. Tu nombre se difundió entre las naciones, debido a tu belleza, que era perfecta, gracias al esplendor de que yo te había revestido - oráculo del Señor Yahveh (Ez 16, 8-14). La consagración bautismal por medio del óleo también es significada como vestidura en la liturgia siríaca de Antioquia: “[Padre... envía tu Espíritu Santo] sobre nosotros y sobre este aceite que está delante de nosotros y conságralo, de modo que sea para todos los que sean ungidos y marcados con él, myrón [crisma] santo, myrón sacerdotal, myrón real, unción de alegría, vestidura de la luz, manto de salvación, don espiritual, santificación de las almas y de los cuerpos, dicha imperecedera, sello indeleble, escudo de la fe y casco terrible contra todas las obras del Adversario”.[3]

Además, una prenda que se viste de forma habitual –de ahí el nombre hábito religioso-, ayuda a recordar el momento de la investidura, de la consagración. De nuevo volvemos la mirada al Antiguo Testamento: Habla a los israelitas y diles que ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus vestidos, y pongan en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura violeta. Tendréis, pues flecos para que, cuando los veáis, os acordéis de todos los preceptos de Yahveh. Así los cumpliréis y no seguiréis los caprichos de vuestros corazones y de vuestros ojos, que os han arrastrado a prostituiros. Así os acordaréis de todos mis mandamientos y los cumpliréis, y seréis hombres consagrados a vuestro Dios. Yo, Yahveh, vuestro Dios, que os saqué de Egipto para ser Dios vuestro. Yo, Yahveh, vuestro Dios (Num 15, 38-39). Quien viste el Escapulario puede sentir en todo momento, de día y de noche, solo o en compañía, en la oración o en el trabajo, que es todo de María y que Ella es su Madre. Con ese recuerdo, ¿quién se atreverá a ofenderla, a romper su alianza?

Que el Escapulario es signo de la consagración a María se ve plenamente confirmado en la carta Neminem profecto latet del Papa Pío XII, cuando exhorta a todos los carmelitas a que reconozcan en el Escapulario “su consagración al Corazón Sacratísimo de la Virgen Inmaculada, por Nos recientemente recomendada”;[4] palabras que recuerda la reciente carta del Papa Juan Pablo II con ocasión de 750 aniversario de la entrega del Escapulario a san Simón Stock: “la forma más auténtica de devoción a la Virgen santísima, expresada mediante el humilde signo del escapulario, es la consagración a su Corazón Inmaculado”.[5]




[1] Cfr. Rafael Mª López-Melús, El Escapulario del Carmen, Castellón, AMACAR, 1988, p.53.
[2] Misal romano, Oración colecta de la misa en honor de la Virgen del Carmen, 16 de julio.
[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica n.1297
[4] Pío XII, carta Neminem profecto latet (11 febrero 1950).
[5] Juan Pablo II, carta Il provvidenziale evento di grazia (25 marzo 2001).