El Hombre Ambiguo


 Mi padre me previno hacia aquellos que te hablan sin mirarte a los ojos, o te dan la mano sin darla. Son hombres ambiguos, de los que no hay que fiarse. Quizás eso explique tanta desconfianza en nuestra vida social: “Ni socios ni oposición se fían de la nueva promesa de Zapatero” (El Periódico 7/11/08), “La desconfianza impide que la bajada de tipos llegue a las hipotecas” (El País 10/10/08), “Los universitarios no se fían del proceso de Bolonia” (La Vanguardia 11/06/2008)... ¿Serán de fiar los titulares de la prensa? En cualquier caso, no se trata de una desconfianza ante alguien indeciso, sumido en la duda; no, el hombre ambiguo sabe bien lo que quiere, pero usa la ambigüedad para confundir. “Hay que ser tolerante”, te dirá zalamero; “no hay que exagerar”, añadirá. Y de este modo preparará el terreno para imponerse, fiel a su consigna “¡Ablanda, y vencerás!”. Es la dictadura del relativismo.

Me explicaba el otro día una carmelita descalza que el libro más regalado entre monjas las pasadas Navidades fue Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola. Leí con paciencia la reciente versión catalana. Me encontré con un prólogo respetuoso con el Magisterio de la Iglesia, pero pronto pude constatar que era un mero brindis protocolario. El libro de Pagola es un demoledor ataque a la historicidad de los Evangelios, que relativiza en cada página; a la constitución de la Iglesia católica, que es un invento posterior; a la naturaleza de los sacramentos; a la necesidad de redención de los pecados; a la resurrección de Jesucristo como acontecimiento histórico, y a su misma divinidad. Eso sí, se apoya insistentemente en “la mayoría de los investigadores...”, en “bastantes autores...”, “en estudios recientes”, para mostrar lo improbable de que aquellas palabras las dijera Jesús, o que aquel pasaje sucediera realmente.

¿Es Pagola otro hombre ambiguo? Sin duda. Pero no ha sido ambigua la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, cuando en junio pasado hizo pública una nota de clarificación sobre este libro. Siete páginas precisas, que concluyen con esta cita: “No os dejéis seducir por doctrinas varias y extrañas. Mejor es fortalecer el corazón con la gracia que con alimentos que nada aprovecharon a los que siguieron ese camino” (Hb 13, 9). Es muy de agradecer esta claridad de nuestros Obispos, en los tiempos que corren. ¿Van acaso reñidas la verdad y la caridad? ¿Quién enseñó que basta decir un “sí” o un “no”, y que lo que pase de ahí viene del Maligno? Aunque tal vez “bastantes investigadores recientes” consideren este pasaje de Mateo como una elaboración posterior, pues por la actitud de no sé qué comunidad cristiana primitiva ante no sé qué injusticia social, acabaron algunos atribuyendo dichas palabras al Jesús histórico.

Lo que no puedo evitar es que esta dialéctica entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe me recuerde a la afirmación nestoriana de dos personas en Cristo, la humana y la divina... No puedo evitar que Pagola me recuerde a Nestorio. Los cristianos no necesitamos hombres ambiguos que hablen etsi Deus non daretur, como si Dios no se diera... en Cristo. Necesitamos palabras veraces, “palabras de vida eterna”; sobre todo en boca de nuestros Obispos, como en la nota mencionada. Hablando precisamente de Nestorio, que inducía a error con sus palabras, afirmaba Cirilo, el santo patriarca de Alejandría: “¿Sabéis quién es el dragón que ha aparecido recientemente? El hombre ambiguo”.

Enrique Martínez
Miembro ordinario de la Pontificia Academia de Santo Tomás
Profesor de la Universitat Abat Oliba CEU