Para un feminismo femenino (1)
Hace unos días nos encontramos en mi casa un grupo de matrimonios amigos. De manera puramente casual acabamos sentados juntos por un lado los varones y por otro las mujeres. De estos amigos, tres son profesores universitarios o de secundaria, y dos son ejecutivos de empresas. El caso es que, en un momento del encuentro, uno de ellos comentó que le sorprendía el hecho de que en los tribunales de justicia administrativa de la ciudad en la que trabaja, todos los jueces son mujeres. En seguida los académicos añadimos, unánimemente, que en los últimos quince o veinte años las mejores calificaciones en exámenes las obtienen casi siempre alumnas, y que las chicas casi acaparan los premios y distinciones en universidades, escuelas y colegios.
Haré constar que en aquellos comentarios no había, por parte de nadie, el más leve tono negativo o de queja. Se trataba de la mera constatación de hechos, y seguimos charlando, intercambiando opiniones sobre las razones de esta situación.
Por mi parte, esos hechos evidentes, aunque quizás científicamente poco rigurosos, me llevan a pensar en qué estado se encuentran los otros, los chicos. Mi impresión –y se trata tan sólo de una impresión– es que los chicos se encuentran en un estado de decaimiento. Mi impresión es que, en términos muy generales, los chicos andan como extraviados, algo perdidos, confusos, y a la vez como faltos de energía y apáticos.
Con ello no pretendo insinuar que el éxito de las chicas ha comportado el fracaso de los chicos y que, por lo tanto, la recuperación de los chicos habrá de hacerse a costa de un retroceder de las chicas. No se trata de la llamada «guerra de los sexos», demasiado simplona, y que piense yo que varones y mujeres estamos en posiciones antagónicas. Por el contrario, entiendo que es caricaturesco y erróneo pensar que el beneficio de unos supone necesariamente el perjuicio de los otros.
Es un hecho que las chicas son hoy académicamente más solventes, y que los chicos se han instalado en la mediocridad. Esta imprecisa convicción mía, apoyada tan sólo en mi experiencia y en la de algunos colegas, me lleva a pensar no que la promoción de la mujer correlaciona con el descenso del varón, sino más bien que en medio de una justificada y necesaria promoción emancipadora de la mujer, van quedando los varones, y en especial los jóvenes en un cierto desamparo y desubicación.
El movimiento de liberación de la mujer, que tan necesario es, ha circulado en ocasiones en un sentido dialéctico, y por ello con un agresivo desprecio y rechazo hacia lo masculino. El varón ha sido odiado, porque en él se ha visto la fuerza opresora que ha mantenido atada a la mujer. Es seguramente esta constatación la que ha llevado a Esther Vilar, autora de El varón domado, a sostener que el hombre ha sido víctima de la mujer en este proceso de emancipación femenina.
No sé si Vilar tiene razón, pero si constato que hoy en varón se encuentra en un estado deprimido.
Pues bien, esto que tan fácilmente cabe observar entre chicos y chicas estudiantes se puede encontrar asimismo, en términos semejantes, entre mujeres y varones adultos. Es idea corriente que, mientras la mujer ha sufrido y sufre situaciones de explotación o de dificultad, los varones controlamos el mundo, realizamos nuestros deseos y tenemos el mando. Yo discrepo de esta perspectiva, que quizá pueda ser cierta respecto de otros momentos históricos u otros lugares y culturas, pero que no lo es seguramente respecto del mundo desarrollado medio que experimento. Hay varones que viven según ese esquema, sin duda, pero cada vez abundan más los varones que se encuentran desfondados y desubicados, como extraviados en su propia vida y desorientados. Los hay que ocultan esto mismo bajo una fachada de seguridad impostada, postiza o forzada, de modo que con ella encubren su vacío real.
Este es el punto de partida de las reflexiones que me propongo ofrecerles a ustedes en mi intervención.
A este respecto he de comenzar por decir que, si la mujer ha de
encontrar su verdadera esencia a fuerza de oponerse al varón, entonces en el futuro no nos cabe esperar más que conflictos, bien porque la mujer haya alcanzado el poder y tenga sometido al varón, bien porque el varón haya triunfado y vencido a la mujer. Siempre en tensión, siempre en alternativa, siempre en guerra. Siempre con vencedores y vencidos. Lo seguro es que, en cualquier caso, se habrá perdido algo del hombre. ¿Es que no es posible en este asunto una limpia superación del enfrentamiento? ¿Tanta es la desgraciada maldición que pesa sobre la humanidad, que varones y mujeres hemos de vivir enfrentados?
Me gustaría distinguir, a este respecto, entre feminismo y feminidad, como distingo correlativamente, entre machismo y masculinidad. En cierto modo, estas ideas constituyen el eje de lo que diré a continuación.