Lo que Dios no ha unido... (2)


Siguiendo con el tema de la nulidad matrimonial, hemos de decir que cualquier matrimonio canónicamente celebrado se presume válido hasta que no se demuestre lo contrario[1]. Y es lógico que sea así, porque normalmente la gente dice la verdad cuando va a casarse y se casa porque así lo desea libremente. Además, la vocación al matrimonio es la que corresponde a la gran mayoría de los cristianos y, por tanto, sería absurdo pensar que para casarse se requieren unas cualidades extraordinarias o fuera de lo común.  Por eso no debemos confundir el matrimonio “ideal” (el modelo perfecto de matrimonio) con el matrimonio “válido” (aquél que reúne los requisitos mínimos indispensables de libertad, responsabilidad y capacidad).

Por otra parte, el derecho a casarse es un derecho fundamental de la persona. De ahí que sea tan importante, en el caso de aquéllos que se han casado por la Iglesia y desean hacerlo nuevamente, verificar si se dieron –en el momento de la boda– las condiciones necesarias para la validez de su matrimonio. Si no fue así, quiere decirse que su presunto matrimonio nunca existió y que se encuentra en condiciones de ejercer su derecho a casarse. Por eso, según lo que acabamos de exponer, es totalmente erróneo decir que el matrimonio “se anula”, porque supondría hacer algo imposible o absurdo: cancelar el vínculo matrimonial que, una vez consumado, “no puede ser disuelto por ningún poder humano, ni por ninguna causa fuera de la muerte” (c. 1141). Lo que la Iglesia hace es “declarar” –en base a las pruebas existentes– que ese matrimonio “nunca existió”. De lo contrario, significaría decir que la Iglesia admite el divorcio o que el matrimonio no es indisoluble, lo cual se opone frontalmente a la verdad que nos ha sido revelada por la Palabra de Dios (Gén 2, 24; Mt 19, 1-12).

         Por último, creo que es interesante fijar nuestra atención sobre otro aspecto. Los datos estadísticos nos dicen que nunca como hasta hoy había existido tal cantidad de matrimonios rotos, pero también es verdad que nunca como hasta hoy había existido una indiferencia religiosa tan aguda: ¿será casualidad o habrá una relación de causa-efecto entre estos hechos? La experiencia pastoral nos demuestra la veracidad de la segunda hipótesis, sin perder de vista otras causas o factores psíquicos producidos por nuestro ambiente y nuestro estilo de vida.

Después de contemplar el panorama actual sobre el matrimonio y la familia, a partir de los casos que se nos presentan en el Tribunal, nos damos cuenta hasta qué punto es importante una buena preparación al matrimonio ya que, como dice el refrán, “más vale prevenir que curar”.



[1] Cfr. CIC 83, c. 1060.